martes, 4 de mayo de 2010

Llámenme romántica pero...



En 1978 nació nuestra actual Constitución. Se trata de un texto que nos habilita una serie de libertades, deberes y derechos que nos hacen más democráticos y, sobretodo, más libres. España salía de una dictadura y, como consecuencia, se vivía en un mundo lleno de ataduras y acotaciones. No deben olvidar que mucha gente luchó para darnos las libertades y derechos de los que hacemos uso sin pararnos a pensar que muchas de esas personas se dejaron la vida en esa lucha.


Uno de los gremios más castigados por la dictadura (hubo tantos...) fue el del Periodismo. Hoy en día cualquier profesional de la comunicación puede sentarse ante su ordenador para contarle a la gente qué pasa en el mundo sin miedo a que un tribunal censor le corrija su texto o, mucho peor, que no le den luz verde para publicarlo.


Este hecho nos parece tan cotidiano que no nos imaginamos lo contrario. Pues abran bien los ojos queridos amigos porque hoy, en pleno siglo XXI, seguimos encontrándonos con censores. Mucho más sutiles que los de aquella época pero haberlos, hailos.


Las excusas poco me valen a la hora de hablar de libertad de expresión y derecho a la información. No creo que por tratarse de un medio de comunicación oficial de un club se tenga que ocultar la realidad a los aficionados y al público en general. Digamos 'ocultar' y no 'censurar' por el simple hecho de que suena mejor. No querer ver lo que está pasando no significa que vaya a desaparecer. No todo apesta a perfección, cuando las cosas no se hacen bien hay que reflexionar y pensar en qué se han equivocado. Se llama humildad y así me lo enseñaron mis padres. Es increíble que un señor que sólo sabe jugar al Monopoly construyendo casitas por aquí y carreteritas por allá, se meta a presidente de un club sin tener ni idea de fútbol y para colmo, diga lo que pueden o no pueden publicar los periodistas que trabajan para él.


Yo, sinceramente, no he invertido cinco años de mi vida para aprender un oficio y que vengan a decirme que sólo puedo sacar cosas bonitas, sonrisas y vender humo porque ésa no es la realidad, el mundo no funciona así y aquí estamos para lo bueno y para lo malo. Si sólo publicásemos los acontecimientos felices, estaríamos mintiendo a la gente. Y es lo último que nos faltaba.


Me dicen que soy una romántica del periodismo. No lo creo. Lo único que sé es que hay que tener unos principios y unos valores éticos y férreos para ser un buen profesional de la comunicación. Pero, sobretodo, no podemos vender esos ideales a cualquier precio.