sábado, 31 de julio de 2010

Fe ciega en el rojo


El deporte español vive su mejor momento en la historia. Al reinado mundial conseguido por los chavales de Vicente del Bosque, se unió Rafael Nadal y los chicos de las ruedas con motor, los pilotos de 125cc, Moto2 y MotoGP, junto al chico que es su propio motor, Alberto Contador. Y a este olimpo de dioses del deporte pueden sumarse los más grandes, literalmente hablando, la Selección de Baloncesto.

Pero no podemos olvidarnos de alguien al que podríamos considerar el 'Pegaso' del grupo. Ese caballo alado más veloz que la misma luz. Y es que el coche que conduce lleva un 'cavallino rampante' y eso, creanme, es un presagio. Después de la actuación del F10 en Gran Bretaña, el equipo de Ferrari cerró filas en torno al asturiano y se unieron como una piña con un único objetivo: la remontada. Prometieron que sería a partir del GP de Alemania y lo cumplieron. Ahora nos encontramos en la víspera de la carrera en el trazado de Hungaroring (Hungría) y Fernando sale tercero. En un circuito con tantas vueltas (el que más tiene del Mundial) y en el que el lado sucio y el limpio son de vital importancia, el tercero sale con ventaja, más que el primero o el segundo, lugares ocupados por los rapidísimos monoplazas de Red Bull. La velocidad que alcanzan Vettel y Webber a los mandos de sus vehículos es algo fuera de lo normal. Y me aventuro a asegurar que la pericia del piloto en el monoplaza ya no influye tanto como la de los ingenieros a la hora de diseñar y construir detalle a detalle el monoplaza. Probablemente nos encontremos ante un Mundial camuflado de ingenieros y no tanto de pilotos.

A nuestro 'Fernan' le gusta Hungría y a Ferrari se le da bien. A principios de temporada creía ciegamente en el asturiano y ahora, más que nunca. Sé que Ferrari hará todo lo posible para teñir de rojo brillante (el color de moda) este Mundial de F-1 y que lo conseguirá a pesar de todo lo que les ha caído encima y de lo que quedará por venir.

jueves, 29 de julio de 2010

Dadme alas que ya sabré yo cómo volar





Como el metro en hora punta. Como una multitud que se mueve al compás de los sonidos de un concierto multitudinario. Como un niño que está aprendiendo a nadar. Como un embotellamiento en la A-6. Como la fila de reprografía de cualquier facultad en febrero o en junio...



Como una persona con sus alas atadas con una recia soga.



Sus anhelos de libertad, sus ganas de vivir momento a momento, su manía de exprimir cada segundo al máximo, su coqueteo con el límite entre el bien y el mal... Eso y mucho más marcaban el ritmo de los latidos de su corazón. Señalaban los pasos de su joven vida. Y por eso no era feliz. Todo el mecanismo que la hacía ser ella se había parado de repente. Como si un engranaje hubiese fallado. Como si una mañana no se hubiese acordado de engrasar la maquinaria. Como si alguien se hubiera encargado de dar al botón rojo de 'stop'.



Se dice que el cuerpo humano puede pasar una semana completa sin agua y hasta un mes sin comer. Ý treinta días tardó ella en darse cuenta que su esencia había dejado de inundar ambientes y su luz ya no iluminaba aquellos rincones por los que pasaba porque se había apagado. Sus alas, las que la proporcionaban la libertad que necesitaba para vivir incluso más que el comer, habían sido atadas con una recia soga. Sintió agobio. Observó como poco a poco se iba ahogando. Y de pronto, una mañana, vio que una hebra se había salido de aquel cordón que inmovilizaba sus ganas de vivir. Para ella un ráfaga de esperanza. Si aquel pedazo de cáñamo se había desprendido significaba algo. Probablemente que aquello carecía de sentido.



Y luchó. Contra todo lo que él había querido que fuese. Contra sus intentos de moldearla a su imagen y semejanza. Contra su soga. Para ella, una esperanza. Para él, el final de algo que cojeaba porque ya no había sentimientos, ni ilusión, ni ganas de nada. Aquella soga se los había llevado consigo. Al fin, un martes, la soga terminó por ceder ante el constante e incansable batir de mis alas y le dije adiós. Me di la vuelta y le grité al mundo que me diese alas, que ya sabría yo cómo volar...