jueves, 29 de abril de 2010

Vieja amistad...


Cuando la primavera, tardía eso sí, comienza a dar paso a los albores del verano todo sufre de un constante movimiento. La gente sale de sus frías guaridas para desentumecerse de los estragos del largo invierno. Capítulo aparte merecen las parejas. Y no sólo me refiero a las que comparten un sentimiento de empalagoso amor sino a las formadas por viejos amigos que protagonizan un reencuentro. Y esa es la historia que nos ocupa.

Ella había vivido tardes y noches mágicas, épicas, duras, desoladoras, soleadas, lluviosas y frías… Las había sellado en la retina de todos aquellos que fueron testigos de lo que acontecía en sus entrañas y alrededores. Y a pesar de tener un historial envidiable cargado de vivencias cayó en una espiral de monotonía que se dirigía a la locura más desconcertante. No encontraba la chispa que rompiese ese tedio.


Él llegó una tarde de otoño, cuando las hojas llenaban las aceras y los chiquillos jugaban a destrozar con sus saltos los montones apilados que los barrenderos disponían a lo largo de las calles. Fue un relámpago fuerte, un rayo cegador, un trueno potente. Todo digno de una tormenta de verano. Pero al contrario que ésta que viene y va sin darnos tiempo a refugiarnos de su imprevisible lluvia, él llegó para quedarse y formar parte de ese almanaque de historias que ella albergaba en su interior.


Como en las “buenas” películas con las que nos bombardea Hollywood, el inicio fue complicado. No calaron el uno en el otro. Ella desconfiaba de su frescura, de su atrevimiento y de su juventud llena de vida. A él no le salía nada bien con ella. Con el paso de los momentos se desesperaba y su ansiedad por triunfar en el primer asalto se convirtió en su peor enemigo aquella noche de otoño. Con todo en contra, no dejó mal sabor de boca y supo que tendría tiempo de rematar la faena.

Así comienza una historia de amistad en la que cada miembro de esta singular pareja ha escrito a fuego su nombre en el otro. Paso a paso gestaron una conexión única que se hacía aún más latente cuando él volvía a esa ciudad y se reencontraba con ella. Juntos dieron forma a noches inolvidables y centenarias que aún hoy son recordadas en los corrillos o en las conversaciones de tiempos mejores y más gloriosos.


Quedaba por escribir el último capítulo. Es complicado asumir que ya no habrá más. Es, también, el más triste de todos porque la vida decidió sacarle de ese camino de baldosas que habían construido durante dieciséis años. Ambos sabían que su marcha estaba escrita pero llegaba antes de lo previsto. Él se alzó heroico, contra todo y contra todos. A medio gas y en el último suspiro de una noche primaveral le dio todo lo que no pudo entregarle aquel lejano otoño. Se cerraba así un círculo histórico que entraña una magnífica relación de dos viejos amigos separados por algo más de 300 kilómetros y que será contada en ambos bandos por el señorío que impregna, la leyenda que queda grabada y por el colofón más perfecto que ni ellos pudieron soñar.



¿Sus nombres? Raúl González Blanco y La Romareda, estadio municipal de Zaragoza.

martes, 13 de abril de 2010

Llanto desesperado



A una carta le responde otra carta que más que letras es un canto desesperado. Un grito sin retorno. Un chillido desgarrado. Una voz que se consume ahogada por las lágrimas.


No te diluyas. No me disuelvas. Te lo pido. Te lo ruego. Te lo suplico. Te lo imploro. No abandones nuestra burbuja llena de fallos y defectos que es lo que la hace perfecta. No dejes a la otra mitad de este binomio huérfana de un hombro sobre el que llorar y sobre el que esconder una sonrisa o una carcajada. No le prives del candor de tus brazos ni del tacto de tu piel. No borres las charlas a la luz de la luna, balo el sol abrasador, alrededor de un café o compartiendo una botella de ron.


Por favor, querido, no rompas en mil añicos ese camino de baldosas negras y blancas que tanto nos ha costado construir. No te tires del barco porque esta vez me prohíbes cumplir una máxima universal que me obliga a ir detrás de ti si esa es tu decisión. Deja prendida una última llama, por pequeña y débil que sea, y vamos a agarrarnos a ella como si fuese nuestra última llave para salvarnos. Pero hagámoslo juntos.


Hoy he salido al mundo y todo era destrucción, caos, ruina. Un desastre patas arriba. Y yo en medio, a punto de caer en un siniestro estado de locura causado por la impotencia de ver cómo todo se venía abajo, sin poder hacer otra cosa que no sea llorar como los débiles y agachar la cabeza por miedo a mirar de frente a la realidad y asumir que estoy jodida sin ti. Muy jodida y asquerosamente perdida. Y te lo confieso igual que tú lo has hecho este martes y 13 que es de todo menos gafe.


Aparto mi careta veneciana para susurrarte que nunca eliminé el remolino de sensaciones que me causabas, que sólo lo mantenía bajo control. Estricto, eso sí. Las ilusiones se han desvanecido. Se han borrado de un plumazo las ganas de reír, de viajar, de coquetear con el límite de la perdición, de soñar, de ir al cine, de escuchar mi música, de escribir, de ser periodista, de sentir, de amar, de ver, mirar y observar detalles, de pasear, de dormir, de comer... Se han ido las ganas de ser persona, de vivir... No sé cómo es la vida sin ti, no sé si tiene sentido, si existe el impulso necesario que me saque cada mañana de la cama y me haga beberme el día. Y hasta hoy he creído firmemente que el desdoblamiento de nuestro camino de baldosas no era perenne e infinito sino que existía un punto en el que se volvía a juntar. Sólo teníamos que aprender a esperar. Mis esquemas se rompen cuando te cuento que en mis planes de futuro, porque éstos existen aunque lo niegue un millón de veces, el único que apareces eres tú.


Pero ahora ¿esto qué importancia tiene? He echado a correr bajo una fina capa de lluvia que riega Madrid, acojonada sin querer mirar atrás y sin querer parar. He sobrepasado el límite del bien para evadirme del mundo y creer a pies juntillas que todo ha sido una maldita pesadilla. pero ni siquiera el lado oscuro con el que juego cada noche ha podido aliviarme...


Me cuesta recordar tu cara, el sonido de tu voz, tu figura, tu olor, el tacto de tu piel... Te vas de mi vida o me echas de la tuya y más que nunca me hundo porque no sé qué hará conmigo la gente y el mundo ahora que ya no estás tú...



Órdago a grandes

jueves, 8 de abril de 2010

Lorenzo


El polen de las gramíneas ya juega divertido a viajar en el leve viento que azota Madrid estos días. Las flores comienzan a despertarse de su letargo invernal y a llenar de color y suaves aromas las calles de la capital. La luna retrasa su visita un poco más cada día algo que los niños aprovechar para agotar sus últimas fuerzas en cualquier parque donde, por cierto, el verde tiene más brillo en las hojas de los árboles y en el césped que se exhibe mullido, presumido y acogedor.


Lorenzo dirige esta armonía que sale de los instrumentos que componen la primavera. Y mientras su fuerza aumenta en las horas centrales del día y se agradece en las últimas cuando deja paso a su hermana gemela y grisácea, se agrandan las ganas de vivir de humanos, animales y plantas. Se incrementa el ritmo, las pulsaciones, las ganas de vivir.


Y como en todo, hay un pero que en esta ocasión es inversamente proporcional a la sensación que provoca Lorenzo. Si normalmente el ansia por agotar las horas de luz que nos proporciona el astro rey impulsan las ganas de vivir a mí me las anula. Mi fuerza para salir cada mañana al mundo disminuye a gran escala cuando Lorenzo brilla presumido a partir del 21 de marzo. Si a ustedes la primavera, la sangre les altera a la que escribe se la revuelve. Y lo hace de tal forma que me planteo todo tipo de asuntos relevantes, irrelevantes, idiotas, trascendentales, paranormales, laborales, sociales e incluso sentimentales. Digo incluso porque esta parcela la desterré de mi vida en el momento que vi que coartaba mis ansias de vivir siempre al límite sin depender de nada ni de nadie.


Así que mientras la gente sale a la calle a nutrirse de las estupendas vitaminas que nos proporciona Lorenzo yo me echo a las aceras resignada a entregar las pocas fuerzas y el casi inexistente ánimo al astro rey... Aunque le gente lo crea triste y apagado, siempre fui más invernal... Puede que los dos adjetivos con los que lo he definido casen con las características de mi persona...