lunes, 28 de diciembre de 2009

Va por ti, Maruja


LOS ABRAZOS NO DADOS por Maruja Torres

Muere alguien cercano –y, créanme, estoy en una edad en que ello sucede a menudo–, y me pregunto si le abracé lo suficiente. La memoria contiene atenciones dedicadas a la piel, al perfume de cada uno. En mi olfato evocador permanecen los referentes de esa persona con la misma exactitud con que ahora mismo, si cierro los ojos, evoco el olor de la gento viva a la que quiero, tanto si permanece lejos como si voy a encontrármela en el transcurso del día de hoy. Registramos la percepción que recibimos de las personas amadas –y hay muchas formas de amar, afortunadamente–, el aroma que desprenden y la manera en que nuestra capacidad para el encuentro lo adopta y lo clasifica. Pues se mezclan, en los sentimientos que perdurarán para el recuerdo convertidos en una sensación única, el olor y nuestro don más o menos afilado para recibirlo.

Y es entonces, cuando alguien muere, y te llegan a los sentidos el vaho de su cabello en verano, la frescura de sus pecas en invierno, el mensaje de su ropa… Es entonces cuando te preguntas si os abrazasteis lo bastante.

Inevitablemente, uno mira alrededor para comprobar si está abrazando lo bastante a quienes le rodean y le importan. Y comprende que hay mucho abrazo vano y mucho besuqueo en el aire, pero que nos falta acercar el pecho, darse con el torso uno de esos toques profundos, una de esas transmisiones de afecto que el otro metaboliza, que acompañan.

¿Se han dado cuenta la cantidad de personas que retroceden un paso cuando pretendemos abrazarlas así? Sobre todo los hombres. Los hombres sufren, para su desgracia –no es el caso de los gays, desde luego–, de falta de aprendizaje para los contactos que no sean sexuales. La ternura los inunda, pero carecen de espitas para darles cauce. Entonces los abrazas y callan, temiendo que se vaya a abrir el mar Rojo y sencillamente los escupa. Es decir, temiendo, pero no sabiendo qué temer. Estamos en una época en que el contacto físico ‘sentido’, no el de las palmadas en los hombros ni las formalidades, acobarda.

No hablo de amantes –ése sería otro cantar: que hablen quienes aún tienen hormonas–, hablo de amigos. ¿Nos apretamos las manos, no para saludarnos, sino para comunicarnos? ¿Lo hacemos en público, sin importarnos los demás sólo porque nos lo pide el cuerpo, sólo porque nos parece necesario, sólo para decir “estoy aquí, contigo, como siempre”? A veces sí. Pero no con tanta frecuencia como deberíamos.

Hay personas ríspidas, hirsutas, erizadas. Me faltan definiciones, pero muchas tienen que ver con los moluscos. Mal educadas en las emociones físicas, con una infancia a cuestas que aún destila sequedad o exceso de leche materna, y que tienden a envararse, confundiendo la sobriedad con el papel de lija.

Hay gente que no sabe abrazar y que no lo sabrá nunca, con lo que eso supone de soledad interna para ellos, y de despellejamiento de los abrazos de uno, de frustración. Y hay gente que abraza demasiado, tanto que se desvaloriza, y termina dando tanto que da muy poco.

Pero entre medias hay personas que ‘aprenden’ a abrazar, que superan el miedo al compromiso –o simplemente, a no saber hacerlo, a que se les note la falta de costumbre– y que se van abriendo de a poquitos. Créanme de nuevo –pues entre lectores y leídos siempre hay algo de relación de mutua fe–, es una sensación extraordinaria asistir a eso, al descubrimiento de los tiernos gestos físicos, gestos amistosos hasta el tuétano, gestos puntuales que acercan más que las palabras o que dotan de sangre y calor a las palabras, o que hablan con una elocuencia para la que aún no hemos inventado palabras.

Hay personas que aprenden a abrazar, y personas que aprendemos a apreciar su esfuerzo y a respetar sus caminos. Y agradecemos que eso ocurra, porque es un trabajo que habremos hecho en vida y del que nadie se arrepentirá.

"No me van las sutilezas ni tampoco las indirectas. Será la falta de inteligencia emocional. Si algo me molesta, lo digo. Y como muestra pongo la falsedad que me remueve por dentro y me revuelve.

Por eso he decidido poner punto y final a esta grotesca obra de teatro donde la falsedad es la protagonista. No quiero más mensajes preguntando qué tal estoy porque no creo ni quiero que te importe. No quiero más llamadas para escuchar una tontería detrás de otra porque, sinceramente, no me interesan. No quiero más paranoias. Aunque no lo creas los demás también tenemos vidas con sus cosas mejores o peores. Y aunque tampoco lo creas, nuestras vidas no giran en torno a la tuya. Ay, ese ego... No quiero más apariencias de ser súper amigas, las más íntimas del lugar. No va conmigo. He aguantado suficiente. Demasiado dirían algunos.
Quiero escribir el último acto porque tú encarnas el papel de falsedad a la perfección. Y no aguanto a ese tipo de personas que te clavan una puñalada tras otra y vienen con una sonrisa de oreja a oreja. Tampoco aguanto las mentiras que inventas sobre mí y mucho menos tu sentimiento de culpa porque "sientes que estás traicionando a una amiga". Creeme si te digo que el concepto que tú tienes de amistad es muy diferente al mío. Cuanta los verdaderos amigos que tienes y mira los que yo tengo. Ahí verás una de las diferencias.

Como ya he dicho, no me van las sutilezas así que esto es una directa y clara declaración de intenciones. Si te das por aludida, ¡enhorabuena!. Será por algo ¿no crees?. Pero no te preocupes porque habrá tiempo de decirlo a la cara. Al fin y al cabo a mí la venganza como mejor me sabes es fría y en bandeja de plata".

lunes, 21 de diciembre de 2009

Juega el Madrid, gana el Barça

El equipo blanco perdonó en la primera parte y dejó que los azulgranas se escapasen vivos. Los de Guardiola se corrigieron y cuando empezaron a jugar, llegó la recompensa en forma de gol.

Hay películas en las que, tras diez minutos de cinta, sabes perfectamente cómo terminará la historia. Incluso a veces con tres minutos basta, pero ese es otro asunto. En el gran partido que ayer tuvo como escenario el Camp Nou pudo pasar algo parecido cuando los blancos, en el minuto 20, se acercaron a la portería de Valdés. Kaká cinceló la jugada en la frontal del área y Cristiano era el encargado de dar el toque final, el que convierte la obra en algo magistral o la reduce a fracaso. Y, por desgracia, pasó lo segundo. El pie derecho de un impresionante Valdés devolvió al madridismo a la realidad desviando el balón fuera de los tres palos. Si el Real Madrid hubiese marcado ese gol, el final de esta película habría sido blanco impoluto.

La cinta empezó a proyectarse desde cero pero el fantasma del error siguió planeando sobre los blancos. Higuaín, Marcelo, Benzema y Raúl tuvieron en sus botas la oportunidad de cambiarlo todo. Y lo cierto es que durante algo más de 45 minutos parecía que iba a ser así. El guión tenía todos los ingredientes necesarios: Xabi Alonso, apoyado por Lass, se erigía como el mariscal del centro del campo con pases medidos, Ramos hizo de la banda derecha un carril con peligro constante, los genios de la delantera se gustaban y contagiaban ese espíritu al público y una férrea defensa adelantada reducía al gigante blaugrana.

La afición madridista se preguntaba dónde habían estado escondidos los actores merengues hasta ese momento. Cada uno, por fin, había comprendido el sentido de su papel en este millonario plantel. Todos los engranajes funcionaban casi perfectamente. Con tanta armonía, lo normal es que las cosas saliesen. Y bien. Pero en toda película hay un antagonista que siempre intenta fastidiar al bueno. A veces lo consigue y a veces no. El papel le tocó a Puyol que se multiplicó en las tareas defensivas del equipo dirigido por Guardiola. El defensa catalán apareció una y otra vez, incansable, para recordar a los actores blancos que los azulgranas también estaban escribiendo su propio guión. Despacito y con buena letra.
El primer capítulo consistió en buscar soluciones efectivas. Más allá de la línea de presión madridista aún quedaba esperanza. Primero en forma de pases largos a los que ni Messi, tocado, ni Henry, que a ratos parecía vestir la elástica blanca bajo la azulgrana, pudieron llegar con éxito. En las comedias romanticonas adolescentes (el sumun de lo predecible), el chico menos popular opta por ser persistente para conquistar a la más guapa del instituto. Al final, funciona. Y al Barça también le sirvió esta estrategia. Consiguió alargar el campo, retrasar a su rival y volver a ser él mismo. El último detalle llegó con la reanudación del partido. Ibrahimovic saltó al césped sustituyendo a Henry. Higuaín junto a Cristiano, siempre presente en las acciones de ataque merengues, intentaron encarrilar la escena pero ahí estaba, de nuevo, Puyol. Y de las botas del capitán azulgrana nació la clave que permitió adivinar el final de este largometraje.


Por la banda derecha apareció la bala brasileña de Alves que condujo el balón y lo envió, preciso, a las botas azules del sueco Ibrahimovic que lo empalmó enviándolo a las redes de Casillas. El cancerbero blanco nada pudo hacer para evitar que los azulgranas terminaran por definir el final de esta grandiosa película. Un partido así siempre es distinto al anterior y al siguiente. Y, además, hay una regla que se cumple fielmente: El que primero marca, se lleva el triunfo. Si es que Murphy no aparece… Su presencia se hizo notar en la merecida expulsión de Busquets. Como los grandes guerreros de las películas épicas e históricas, el Barça se creció en la adversidad y dio paso a un conjunto de filigranas futbolísticas. Los grandes “culpables” de esto fueron los diminutos de Guardiola: Messi, Iniesta y Xavi que recordaron al personal por qué este equipo conquistó cinco títulos la pasada campaña.
La supremacía, como la fama, a veces resulta peligrosa si no se sabe controlar y el Madrid fue algo ninguneado por el juego del Barça. Y, probablemente, no se lo merecía ya que fue un digno rival. Lass no aguantó tal ofensa y acabó el partido en los vestuarios. Aún herido de muerte, los de Pellegrini, comandados por Kaká, siguieron luchando por reescribir el guión de la batalla y cambiar el color de la victoria. Aún con todo, Iker tuvo que desplegar esas alas mágicas con las que la suerte le ha bendecido para evitar que la derrota fuese, injustamente, mayor. Lo que no pudo cambiar fue que la victoria se quedase en casa del eterno rival.
El final de la película fue agridulce. El Real Madrid pierde el liderato pero sale reforzado del indomable feudo enemigo. El Barça recupera el primer puesto de la Liga aunque sin maravillar como hizo en otros combates. En las películas más que predecibles que nos vende Hollywood, los protagonistas también se llevan su pedazo dulce del pastel.

It's not easy bein'green!

La fecha oficial del nacimiento de la rana Gustavo es el 9 de mayo de 1955.

Su primera aparición en TV fue en 1955 en un show de marionetas de cinco minutos para la cadena WRC-TV titulado Sam and Friends, aunque era solo un "prototipo" ya que sus ojos eran dos pelotas de ping-pong y su cuerpo estaba hecho con una bata verde que la madre de Henson había tirado al cubo de la basura. Su primera aparición como lo conocemos actualmente fue en el especial de televisión Hey Cinderella en el año 1969.

Uno de sus amigos más cercanos es el oso Fozzie. Tiene un sobrino llamado Robin, un primo cinéfilo llamado Hugolum y declara tener "3.625 hermanos y hermanas". Por si fuera poco, la Rana Gustavo tiene una estrella en el paseo de la fama, un gran avance para su carrera.

Y creo que por su culpa yo soy periodista.
PD.: ¡¡Bendita Wikipedia!!

domingo, 20 de diciembre de 2009

PróLoGo


-Te llamaré cuando salga de trabajar

Y ella se sonrió a sí misma. Se fue a cenar con una amiga para hacer tiempo hasta que él saliese de trabajar y recibiese su llamada. A las 22.30 se despidió de su amiga y fue caminando despacito hacia su piso. En el fondo ambas sabían que no la llamaría nunca. A pesar de todas las ostias que la había dado ella aún guardaba una minúscula llama de esperanza en el fondo de su alma. Llegó a casa y supo que él también estaba en la suya. Se acostó adormecida por la radio que sonaba de fondo y dejó el móvil en la mesilla...


Efectivamente, él no llamó esa noche. Ni al día siguiente. Jamás recibió un mensaje o una llamada suya. Y ella no hizo nada por remediarlo. Se había cansado de tirar de una amistad que desde el principio fue irreal...