miércoles, 22 de septiembre de 2010

Unos 'Manolos' para ti, mamá



¿Cuánto vale tener unos "Manolos" en la mano? 0 €
¿Cuánto cuesta hacer el sueño realidad? 570 € aproximadamente
¿Cuánto cuesta ver a tu madre feliz durante diez minutos? Es incalculable...

Durante un paseo con mis padres por la casi estrenada Milla de Oro de Madrid, los ojos de una madre rendida a su familia se iban sin querer a los anillos de Suárez, a los bolsos de Loewe y, sobre todo, a los zapatos de Manolo Blahnik. Esa es una de sus grandes pasiones: los zapatos. Una mujer humilde que nació en un pueblecito de Segovia desde donde soñaba con conquistar el mundo y ponerlo a sus pies. Un sueño que se rompió por culpa del conservadurismo de un severo padre que la impidió irse a Madrid a estudiar con las monjas. Una vida azotada por el aceite de colza, por la pérdida de ese padre con tan sólo 22 años, y la de un sobrino de 16 años, con las zancadillas del destino que a veces se ceba con una familia con demasiado afán...

Y de pronto aparece el hombre perfecto. Ése con el que, 25 años después, vuelve a casarse sin dudarlo un segundo. Sacrifica todo lo que tiene y empieza una vida nueva lejos de su familia pero con una ilusión en forma de bebé. Junto a su marido lo dan todo por ella: un buen colegio, actividades extra escolares, viajes y algún pequeño capricho de vez en cuando. Le enseñan que nadie regala nada y que si algo quiere, algo le cuesta y hay que trabajar para ello. Y su niña vuela lejos del nido gracias a su ayuda. Una vida nueva, otra vez: universidad, colegio mayor, piso, máster...

Seis años después de emprender el vuelo, esa niña ya no lo es tanto. Se para y mira atrás. Es consciente del esfuerzo de sus padres que han dado todo, literalmente, por ella. Una familia humilde sacrificada para hacer un sueño realidad. ¿Y ha merecido la pena? Las dudas la asaltan y ya no está tan segura de haber sabido invertir todo la ayuda de sus padres. Ella pensaba, estaba segura, que una carrera, dos estancias en el extranjero y un máster después, podría empezar a devolverles a sus padres el esfuerzo invertido para que viviesen más tranquilos. Sin problemas. Dignamente.

Pero no es así. No sé si es culpa de la crisis que no parece tener solución. No sé si es culpa de una mala elección en cuanto a la carrera. No sé si es culpa de mi idea romántica del periodismo. No sé si es culpa de creer que sirves para escribir cuando en realidad es una mera ilusión mía y resulta que, al final, no soy tan buena. No sé la razón pero después de todo lo que han invertido, y en consecuencia perdido, para mis padres sigo siendo un lastre económico. Es frustrante, deprimente, humillante, indigno. Es vergonzoso.

Esta tarde me prometí a mí misma que algún día mi madre podría calzarse unos zapatos como los que ilustran este texto. Y, tal y como está el futuro y mis aptitudes, no puedo evitar hundirme al pensar que quizás no lo consiga nunca...

domingo, 19 de septiembre de 2010

Hoteles de lágrimas




Hoy luce sol sobre MotorLand pero es porque al cielo no le quedan más lágrimas. O quizás porque a las 10.30 todos los que integran el maravilloso mundo del motociclismo se han reunido en la parrilla para homenajear a Shoya Tomizawa y al cielo no le ha quedado otra que sonreír.


Desde el jueves, el trazado aragonés se convirtió en un hotel de lágrimas igual que lo hacen las almohadas por las noches cuando reciben el rostro de un alma con el corazón roto. Por lo que sea. El cielo lloraba porque faltaba un piloto en la parrilla de Moto2 y en el ambiente se notaba que algo había cambiado. Que nada era igual en la puesta de largo de MotorLand.


Brilla el astro rey. El cielo sonríe. Anoche una estrella más observa a todos los pilotos del Mundial de motocicilismo, una estrella rasgada como la mirada de Shoya, una estrella infinita como la sonrisa de Tomi, una estrella histórica como el primer triunfo en la nueva categoría de Moto2 en Qatar. Una estrella que cuida de todos ellos para siempre...


Porque todos tenemos (o eso queremos creer) una estrella que nos cuida desde algún punto. Y el viernes las almohadas de las personas que más cerca están también se convirtieron en un alojamiento improvisado de unas lágrimas que surcaban los rostros recordando a Luis, el carpintero. No sé si sería buen padre o mejor abuelo porque no fui testigo de ello. Sólo sé que la vida nos lo quitó antes de tiempo por un maldito error médico y nunca me pudo construir una casita de madera para mis muñecas. El ser que decide entre la vida y la muerte, me dejó su taller con un olor permanente a madera y sus cientos de herramientas. Y en aquel lugar que ya no existe pasé las tardes veraniegas de una infancia en la que eché de menos a mis abuelos porque ese mismo ser sólo me dejó a Concha, la mujer de Luis, que sigue perenne al pie del cañón, capeando el temporal, resistiendo.


Estas son mis letras abuelo y son mi regalo porque sé que donde quiera que estés, eres una de las estrellas que me cuidan, lees lo que sale de mi pluma, lo disfrutas y lo comentas junto a David, Manuel y Liduvina que también se fueron antes de tiempo. Uno más que los otros.


¡¡Felicidades abuelo LUIS!!

sábado, 18 de septiembre de 2010

No tengo nada




Un salmón que nada a contracorriente. Un veterano de la vida que no se ilusiona con nada hasta que no ve el proyecto hecho realidad. Un escritor que en su libro te dice que cuando deseas algo, todo el Universo conspira para que se haga realidad. Una madre con ciegas esperanzas en el sueño de su hija. Un padre que trabaja de sol a sol para que las esperanzas que su mujer deposita en el sueño de su hija no sean en vano y que ese sueño se haga realidad. Una familia que se agarra a unas creencias religiosas esperando un miligramo de suerte. Una chica con un sueño por cumplir que empezó a desearlo y a lucharlo hace nueve años y aún espera que el puto Universo se decida a conspirar para que se cumpla.


El periodismo. Y yo.


Luchas con el deseo innato de la juventud por albergar esperanzas. Te acostumbras a la soledad de la que, con 17 años de vida, se marcha de casa para estudiar una carrera que no le gusta a su padre y que sólo consigue avanzar gracias al apoyo incasable e infinito de su madre; para hacer realidad el sueño que tienes desde niña. Porque no sabes la fórmula del dióxido de carbono, las leyes que respaldan tus derechos o las bases para construir un edificio pero posees el don de saber manejar las palabras para expresar lo que sientes y transmitirlo así a la persona que te lee. Pobre de él o de ella, piensas...


Te esfuerzas por superarte cada día intentando saber de todo o de casi todo. Aprendes cada jornada algo nuevo que te hace mejor profesional. Te entregas a tu trabajo, ese que amas con locura y desmesura, porque es lo que deseas desde que en 2º de ESO te presentabas a todos los concursos de redacción que había. Sin esperanza. Sin creer en ti misma. Sin tener fe en que ganarías. Y, al final, lo hacías, subías al escalón más alto del podio empuñando tu pluma, ese pequeño instrumento con el que construías historias y personajes que abrían nuevos mundos a la persona que leía tus textos.


Y cuando todo se pone a tu favor y estás en el sitio correcto y en el momento oportuno, sólo hace falta una pizca de suerte. Añorada compañera que nunca hizo buenas migas contigo. Tan sólo eso, suerte. Por un segundo, te paras a pensar. No quieres ilusionarte, no quieres albergar esperanza. Pero eres joven, la vida no te ha dado suficientes hostias aún y la debilidad aparece en forma de ranura. Por ahí se cuelan las ilusiones, los sueños, los planes de futuro y la esperanza. Y por el mismo lugar por donde han entrado, se esfuman. De un plumazo. Porque la curiosidad mató al gato y esta característica va impresa en cualquier informador. Te enteras de la peor forma posible.


El mundo se cae a tu alrededor. Una losa se aloja en tu espalda y se antoja cada segundo más pesada. Vuelven los miedos de aquella niña de 2º de ESO. Quizás es que no eres tan buena y te has creído que sí. Cuando empezabas a saborear tu sueño, cuando todo parecía tan bonito que daba miedo, desaparece. Y eso es muy jodido de afrontar y de asumir. No tienes nada. Tu sueño ya no está. No existe. Todo lo que has luchado y todo lo que has entregado yace en la basura. No tienes nada. Te sientes débil y necesitas llorar, desahogarte.


Toca empezar desde cero. O empezar simplemente. Y los nuevos planes, los nuevos retos se supone que ilusionan y llenan de ganas y de vida. Pero, ahora mismo, sólo eres consciente de que no tienes nada de nada.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Angustiosa ausencia



Te echo de menos