Es temprano. Demasiado quizás. El paseo de Extremadura se agita perezoso. Es lunes y la ciudad empieza a espabilar al mismo tiempo que comenzamos a borrar otra semana más de marzo. La niebla se agarra a las riberas del río Manzanares que parece que quieran guardar celosamente un secreto entre el asfalto nuevo y los minúsculos espacios verdes recién estrenados que dotan de un aire diferente a esa zona mal aprovechada hasta hace poco tiempo.
Los trabajadores del Ayuntamiento de Madrid se mezclan con los que se dirigen hacia sus oficinas y entre ellos, los deportistas a pie, en bicicleta o incluso sobre las ruedas de unos patines. Desafiando al frío de marzo. Pocos se atreven, simplemente, a pasear pero los que lo hacen descubren uno de los secretos que guarda el río que baña Madrid.
De pronto, entre la niebla que comienza a perder espesor con la mañana aparece un fortín testigo de mil y una batallas si no son más que probablemente lo sean. Reflejado en las aguas pobladas de peces y aves e iluminado por los primeros rayos de sol que luchan con las grises nubes, aparece el estadio Vicente Calderón. Merece la pena tomarse unos minutos y observarlo. En su fachada acristalada aparecen cicatrices de las batallas que allí se han librado. Se puede pensar que le falta un pedazo de graderío para dejar de tener un talón de Aquiles y desterrar el sufrimiento que parece acompañar tradicionalmente al equipo colchonero. Pero no. No es así. No le falta nada. Ese pequeño punto de debilidad forma parte de su esencia. Que nadie se empeñe en difuminarlo hasta hacerlo desaparecer.
Como los grandes castillos de la Edad Medieval, el fortín rojiblanco se sitúa junto a un río. Primera pieza de su defensa. Cuenta con un ejército de aguerridos aficionados que nunca se rinden pase lo que pase. O pase quien pase que muchas veces es peor. Jamás. Por todo el barrio se escuchan sus gritos atronadores en noches despejadas en las que el viento se pone del lado de Neptuno. El aliento que llega a la plantilla, a la directiva, a los trabajadores del club... y les hace recordar quiénes son y a qué club pertenecen. No tienen por qué tener miedo. El talón de Aquiles se queda en una simple idea mitológica cuando se trata de librar una batalla. Y este fin de semana habrá una contra un rival que dicen es mejor y más poderoso. No hay nada que temer. Es el Atlético de Madrid. Es la afición colchonera. Es el equipo de Neptuno. Y el fortín del Manzanares, testigo privilegiado de cientos de batallas victoriosas. Sí, no negaré que también las hubo cruentas y con heridas de muerte pero todo héroe necesita de éstas para ser recordado eternamente.