sábado, 24 de septiembre de 2011

Paz interior



Tres años. Es lo mismo que 36 meses. Aproximadamente 156 semanas. Unos 1095 días. Tiempo. Mucho tiempo. Demasiado. Tanto que te acostumbras a esperar una de las cosas que más deseas. Y esa rutina se convierte en algo usual en tu vida y empiezas a darlo por perdido. La esperanza se disuelve como el azúcar en un vaso de café caliente y sigues caminando. Tirando pa'lante. Tratando de limpiar todo lo que van arrojando a tu tejado. Capeando los reveses de la vida, a veces provocados, a veces simplemente surgen. Ignoras a los que te dicen que la vida acaba poniendo a todos en el lugar que les corresponde porque parece que la vida está distraída y se olvida de colocar a algunas personas.

Es entonces cuando olvidas tu obsesión, cuando dejas de buscar eso que tanto anhelas. De pronto, sucede. Sin quererlo, sin esperarlo. Y te pilla lo suficientemente lejos como para que no te salpique. La venda de todos se cae al suelo y reconocen que, desde hace tres años, llevabais la razón. No llueven los perdones de palabra por todas aquellas acusaciones injustas, por todos aquellos actos que en su momento rasgaron alguna parte de tu interior. Algunos solicitan una disculpa con un cambio de actitud. Otros no, el valor nunca fue uno de sus fuertes. 

Decides disfrutar el momento pero no sabes cómo. Quieres saltar, gritar, bailar, cantar, reír a carcajadas pero eres incapaz porque una inmensa paz interior te invade. Eso que tanto necesitabas y que es lo que marca la diferencia entre un buen fondo y uno que vive envenenado desde hace mucho tiempo. No te alegras de cómo han sucedido las cosas pero ves como todo vuelve a su cauce. La vida, tardía, logra indicar a cada una de las personas que te rodean en ese momento cuál es su lugar. El peso que has arrastrado durante tres años desaparece, eres más ligera, más libre... Vuelves a ser tú. Y como diría Quique González en 'Vidas cruzadas':  Y una vez en calma, me largué...

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