Cada día baja corriendo las escaleras mecánicas del intercambiador con la prisa metida en el cuerpo porque parece que pierde el metro que la aleja cada tarde del ajetreo de la gran urbe. No tiene tiempo de aburrirse, por ello cada día tiene sus pensamientos inmersos en algo: Un libro, el periódico, sus cascos de música... La misma rutina de siempre, los mismos actos mecánicos que podría hacer con los ojos cerrados. Todo ello ejecutado con la indiferencia de la que no se cree observada. De la que piensa que nadie se fija ni vigila cada uno de sus movimientos.
Sentado en una esquina de las escaleras del intercambiador la observa cada tarde a esa hora en la que la fuerza de voluntad debe ser más poderosa que el sueño si no quiere perder la batalla. Siempre corriendo, siempre justa de tiempo. Eso es algo que ya nunca podrá cambiar. Su bolso negro es su compañero perenne. Algunso días lee unperiódico deportivo, otros se entrega a la lectura y a su poder de evasión. Muchas veces lo acompaña de su música americana que golpea lsus tímpanos sin que a ella le afecte. La costumbre... En otras ocasiones habla por el teléfono o manda un mensaje desde su móvil. Siempre tiene algo en la mente. Eso es lo que la mantuvo a flote en otros tiempos teñidos de un negro azabache intenso. La falta de tiempo para perderlo en nimiedades hizo que se deshiciese de sus recuerdos pero esto es algo que él era incapaz de percibir.
Así todos los días. Así cada tarde a primera hora. Todo igual. Cuando la noche cae y ella regresa las cosas son distintas. Él toma nota de sus acompañantes, del gesto cansado de su cara, de los últimos coletazos de conversaciones que acaban al pie de las escaleras... Y ella actúa de forma natural obviando la presión de dos ojos que la estudian minuciosamente. Todo esto a él le produce regocijo porque ve que la vida de esa persona ha evolucionado pero sigue estancada en el frente de los sentimientos. Es la única forma de sentirse superior a la mejor persona que ha pasado por su vida, a la mujer que renunció a sus ansias de libertad y a su sed de aprender cientos de cosas nuevas por él. Claro que hay errores que pueden ser subsanados a tiempo y él, sin quererlo, la ayudó en esto cuando la abandonó a su suerte.
Hoy las cosas han cambiado. Cuando ha bajada del metro, ha recorrido el andén como siempre. Ha subido las escaleras con sus pasos amplios y seguros igual que todos los días. Pero desde su situación no ha sido capaz de ver que una media sonrisa asomaba en sus labios. Y de pronto hay alguien esperándola pacientemente. Se funden en un abrazo cargado de cariño, intenso, lento, infinito... Él la besa suavemente y salen ignorando la mirada que los persigue. Una mirada que pertence a alguien que siente que se hunde sin remedio. Él eligió el equipo abocado al fracaso, ella nunca perdió la fe en sí misma y así constituyó la base de un éxito que se extendía en todos los frentes de su vida...
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