Llámame tonta. Califícame de idiota. Ponme el cartel de inmadura. Cree que soy una niñata. Piensa lo que quieras pero cada segundo que pasa siento que esto se nos escapa como la arena con la que jugábamos en verano en una playa catalana.
Conoces cada centímetro de mi cabecita loca. Has recorrido cada milímetro de mi piel. Parece que hayas vivido cada uno de los momentos que dan forma a mi vida en los que tú no has estado presente, que son muy pocos por otra parte. Por estas simples razones no entiendo qué pasa ahora. Por qué siento que yo sigo en el planeta Tierra y tú estás más allá del Universo...
No es una cuestión de orgullo. Tampoco de fidelidad a unos principios. Es más de lo mismo. Regresar a algo que ya hemos vivido. Una situación que hemos superado en otras ocasiones como mejor hemos podido. Y creo que por eso llega el cansancio y las ganas anuladas de luchar contra un muro, de dar cabezazos contra una pared que devuelve los golpes llena de rabia, de seguir respirando por los dos. No puedo pedirte perdón por no tener fuerza para tirar del carro en el que viajamos juntos. O al menos físicamente porque, querido, tú seguías a mi lado pero tu pensamiento estaba desde hace tiempo muy lejos...
Lo que sí haré una vez más será negarme a que esto se termine por una tontería. Me agarraré a ello como si fuera un clavo ardiendo, como si se tratase de la última tabla de salvación. Creo en ello y por eso sé que nos salvará esa fe inquebrantable.
Te preguntarás porque apuesto por ello a ciegas sabiendo que puedo perder. Tengo más de mil razones guardadas en una caja en el fondo de mi alma. Si las sacase estaríamos disfrutando de ellas hasta la eternidad. Nos haríamos inmortales con nuestros propios momentos.
Contigo aprendí a abrazar. A sonreír de verdad. A hacerlo con los ojos. A hablar con una mirada y con un gesto. A pensar sincronizadamente. Supe qué era una caricia sincera, un toque a tiempo en el hombro, un roce. Saboreé unas manos entrecruzadas bajo la mesa, en una multitud, en la oscuridad de una sala de cine, en un viaje en autobús o en un simple paseo. Aprendí qué es tener un hombro siempre alerta para recoger mis lágrimas, mis miedos, mis ansias de vivir rápido, mis sueños, mi cansancio, mis derrotas... ¿Recuerdas cuando te decía que sentía que los brazos me sobraban en demasiadas ocasiones? Eso también lo solucionaste: Un brazo lleno de comodidad que te rodea cuando Morfeo te gana la batalla, que te protege cuando te tiemblan las piernas, que te atrae contra ti para poder sentir el ritmo acelerado de tu corazón, que te aúpa cuando las fuerzas han desaparecido, que te dice que estás ahí y no te marcharás jamás...
Pero sobretodo aprendí a expresar ese remolino de sensaciones, sentimientos y emociones que me sacudían por dentro y me castigaban por no saber sacarlos fuera. Por eso ahora te digo la verdad cuando te advierto que se me empiezan a olvidar todas estas cosas. Señal de que algo no va bien. Tú, querido, tienes la pelota en tu campo. Me da igual si es de fútbol o de baloncesto. Elige la que más rabia te dé. Cógela y encesta o marca un gol; eres el único que puede solucionar esto y lo sabes. Pero hazlo rápido porque nos consumimos querido...
Con cariño y con amor...al Real Madrid? o a Llul y Granero? (me rio)
ResponderEliminarA un idiota! XD
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