viernes, 8 de octubre de 2010

Ante un domingo histórico

Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida (...)

Coplas a la muerte de su padre - Jorge Manrique (1440-1479)


Una cocina en un piso de estudiantes. Colgado bajo el reloj, un almanaque. En el calendario una cruz roja. Bajo esa marca un día de la semana. Domingo, 10 de octubre.

Una cabeza loca, de colgada. Llena de recuerdos que se avivan a las puertas de un fin de semana mítico.

Los domingos en los que un señor la arrastraba fuera de la cama, sin tiempo de lavarse la cara, y con los ojos aún legañosos la sentaba frente al viejo televisor (de esos que no tenían mando a distancia y se cambiaba de canal apretando a unos pequeños botones grises) para ver a unos locos corriendo en moto o en coche. Sin entender nada. Observaba las motos tumbarse, casi besar el suelo. Y sentía miedo porque pensaba que aquello debía ser muy arriesgado. Otros domingos veía a unos señores metidos en unos coches adelantarse en curvas o rectas infinitas. Y se preguntaba como podían conducir en un espacio tan pequeño porque ahí no podía caber el palo que utilizaba el señor que la despertaba para conducir el coche. Entonces se imaginaba que el hombre que conducía se sentaba en una silla y montaban a su alrededor esos coches tan distintos a los que circulaban por las calles de su ciudad.

El recuerdo más vivo, y también más pasional, data de una reunión familiar paterna. En un pueblo perdido de la mano de Dios en la provincia de Teruel, entre montes secos. Comían paella y de repente sus ojos se fijaron en un piloto español (así lo dedujo por que todos le llamaban Álex). Se batía en duelo con otro piloto, para ella, con nombre de chicle (Doohan) y, literalmente, alucinó con aquellos adelantamientos. Tanto que perdió la noción de su tenedor repleto de paella que fue a parar al vestido "de los domingos" con la siguiente colleja doble de la señora que la trajo al mundo.

Recuerdo, de forma difuminada, el título de Álex Crivillé en 500cc en 1999. Fue en el GP de Brasil y era septiembre, probablemente el segundo o el tercer fin de semana. La memoria falla. ¿Mucho estudio? No, demasiada fiesta. Sabía que lo que había logrado era grande pero es, con el paso del tiempo, cuando valoro realmente su hazaña. Ahora marco en mi calendario otro fin de semana histórico. Jorge Lorenzo es virtual campeón de MotoGP (la antigua 500cc) y los días de esta semana se eme están haciendo eternos. Ojalá ya fuera domingo. Ojalá se estuviese disputando en este mismo momento la carrera de Malaisia. Grabaré en mi retina, junto a otros momentos gloriosos del deporte español, el instante en el que el mallorquín se corone rey del mundo. "Debe correr como si fuera una carrera normal", le aconseja Crivillé. Que corra como sólo él sabe hacer y cuando acabe la carrera que siga corriendo, no ya hacia la bandera de cuadros sino hacia la gloria. Sin embargo, me hace gracia que la gente no se alegre de tal hazaña por ser quién es el que la obra. Dicen que les cae mal, ¿acaso le conocen? ¿Han charlado con él fuera de los focos, lejos de micrófonos y grabadoras, a distancia de los circuitos? Malditos prejuicios de este país de ganchitos y calimocho.

En fin, preparen sus cerebros. Localicen el botón de 'Rec'. Estamos ante un fin de semana histórico. Y sólo seremos un poco conscientes de ello. Los años nos enseñarán a valorar la gesta de Jorge Lorenzo. ¡Dale gas campeón!

PD: No me olvido de Toni Elías que también puede ser campeón de Moto2. El chico de la eterna sonrisa puede hacerla perenne en Malasia. Y tampoco cae en el olvido mi ojito derecho, mi preferido, Dani Pedrosa. Me fastidió el fallo de la Honda en Motegi. No se lo merecía. Este Mundial seguiría sin decidirse con él en la pista pero la mala suerte se cebó con el catalán... Apuesto que un día Lorenzo Y Crivillé te abrirán las puertas del Olimpo de los campeones españoles.

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