A 2010 le quedan horas de vida. Con él se va la primera década del siglo XXI, aquel que empezamos con temor al efecto 2000 y demás incertidumbres. Y toca hacer el mismo balance de siempre, repasar cuántas veces nos hemos caído y cuántas nos hemos levantado. En qué ocasiones hemos fallado y en cuáles hemos metido la pata. Pero, sobre todo, con quién.
Se marcha un año en el que me di cuenta y viví en primera persona qué es una crisis económica de tamaño colosal. Se va un año que me atrevo a clasificar como el del destierro. El de la desaparición. Porque a lo largo de estos 365 días se han ido esfumando personas de mi vida, del entorno que me rodea. Unas veces por motivos obligados y otras por razones que desconozco. Algunas dolieron más que otras pero el tiempo es una buena tirita que sabe cómo curar cada herida y nos hace ver como estas pérdidas también dejan una enseñanza. A otra gente tocó echarla porque contaminaban. Y no es algo fácil de hacer. Da rabia haber apostado y haber perdido el tiempo pero con tan sólo 24 años, tiempo me sobra así que al final queda un poso de indiferencia que se vuelve cada vez más borroso hasta caer en el olvido y olvidar, valga la redundancia, que existieron aquellas personas. Aunque esto sólo es posible si el rencor y el odio que guardan dentro desaparece. Pero una cosa tengo clara: lo que no me mata, me hace más fuerte.
Como contrapunto a todo esto, siguen los de siempre. Sigue mi familia, mis amigos de la universidad, mis amigos de Zaragoza que son los de toda la vida, los de casa, los de siempre; siguen el resto de amigos. Y hay retornos de personas que nunca debieron salir de mi vida. Y este regreso puede con cualquier salida que se haya producido. Me llevo gente nueva que he conocido en este caminar de 2010 en el que atravesado (y finalizado) un máster, en el que volví a divertirme y a sentirme más periodista que nunca con mis ex-compañeros de MásMotor en AS a los que en octubre dije 'hasta luego' porque espero que esta locura de mundo me devuelva algún día a ese diario que tan feliz me ha hecho.
Y por lo demás mucha crisis económica (y todo lo que se deriva de ella que no es poco) que hace que la incertidumbre sobrevuele continuamente nuestras vidas sin saber muy bien a dónde iremos a parar y cómo. Dudas sobre si el periodismo como tal, el de toda la vida, el real, tiene futuro en un país de pandereta, ganchitos y calimocho. Dicen que lo último que se pierde es la esperanza. A mí me queda poca porque este año he tocado varias veces fondo y he tenido que recomponerme aferrada a esa esperanza que no es ilimitada por mucho que algunos crean lo contrario. Pero aún queda...
No sé que nos traerá 2011. Lo único que sé es que tengo muchas ganas de terminar de escribir las últimas páginas de 2010 porque a pesar de los grandes tesoros que me rodean, no me deja buen sabor de boca. Quiero que venga el nuevo año ya. Con un aire y un espíritu distintos. No sé si será mejor o peor (las previsiones no son muy optimistas) pero al menos será diferente. Y dentro de un año volveré a repasar el primer año de la siguiente década y pase lo que pase, contaré de nuevo que salí adelante gracias a mi familia y a mis amigos, dos tesoros que permanecen perennes por mucho que pasen los años.
¡¡FELIZ 2011!!
No hay comentarios:
Publicar un comentario