Le conozco desde hace 23 años y un mes y todavía no he sido capaz de encontrar un sólo momento en el que me haya dado la espalda. Hemos tenido temporadas en las que se denotaba una gran falta de confianza pero sus pequeños gestos clandestinos me hicieron ver que tras esa 'falsa falta de confianza' albergaba un sentimiento lleno de orgullo y satisfacción.
Hoy al despertar he pensado que 350 kilómetros no son suficientes para impedir que estemos juntos en este frío 27 de enero. Pero noto cierta humedad en mi mirada cuando pienso en que ojalá pudiera acompañarle en este día, soplar las velas juntos o darle un abrazo...
Es el primer hombre de mi vida, bueno, y ahora el único para qué ocultar lo evidente. Es el hombre que llegaba tarde de trabajar, iba a mi habitación y me arropaba, entremetía las sábanas como a mí me gusta y me daba un beso de buenas noches. Es el hombre que cuando era un bebé intentaba dejar todo hecho para estar en casa a las ocho y bañarme, era su mejor momento del día. Es el hombre que me estrujaba el cerebro cuando no me salían los problemas de 'mates'. Es el hombre que me ayudaba con los trabajos de tecnología. Es el hombre que me llevaba a montar en bicicleta y a patinar a la avenida Cesáreo Alierta cuando aún la cortaban los domingos para que los niños jugásemos. Es el hombre que me llevaba al parque Miraflores a jugar o al Pignatelli a saltar en las camas elásticas.
Es el hombre que me inculcó el amor a los colores de un equipo. Es el hombre que, con muchas dudas, me llevó a la Romareda porque creía que me gustaba algo el fútbol. Es el hombre que hizo que me picase el gusanillo del tenis y del esquí. Es el hombre que cada mañana de domingo me despertaba para que viésemos juntos la F1 o el motociclismo. Es el hombre al que le falta tiempo para llevar aquí o allí o para hacerme un favor. Es el hombre con el que siempre discuto sobre historia.
Es el hombre que me traía churros de Maganto o del Satur. Es el hombre más bueno que conozco y la vida le ha puesto la zancadilla muchas veces y en la mayoría no se ha quedado sólo con eso sino que también le ha rematado pisoteándolo. Y nunca se ha vengado, siempre se ha levantado, con mayor o menos esfuerzo, y ha seguido tirando orgulloso y con la cabeza bien alta. Y cuando se ha levantado también lo ha hecho conmigo. Es el hombre que me ha contado todo lo que ha vivido: San Sebastián, Ibiza, París, Medinaceli, Soria, Zaragoza... Es el hombre con el que comparto mis gestos, mis manos, mi forma de andar y, sobretodo, la mirada intensa, profunda y de largas pestañas.
Es el hombre que un día quiso que yo fuese médico y le salí periodista. Ahí creció un muro demasiado alto y demasiado denso. Se acabó la complicidad y la comunicación y comenzaron los gritos, las discusiones, la sensación de haberle defraudado... La falta de confianza y el pesimismo se alojó entre nosotros. Y fue hace un año cuando conseguí derrumbarlo. Fue gracias a un pequeño artículo sobre Kevin Schwantz en un diario deportivo de tirada nacional; ése fue le primero al que le siguieron otros que, con orgullo, exhibía en el bar donde todos los día se toma su segundo café debajo de casa: "Es mi hija, lo ha escrito ella. Es que es periodista y trabaja en en este diario".
Es Roberto. Es mi padre. Y hoy es su cumpleaños. Felicidades desde Madrid...