El polen de las gramíneas ya juega divertido a viajar en el leve viento que azota Madrid estos días. Las flores comienzan a despertarse de su letargo invernal y a llenar de color y suaves aromas las calles de la capital. La luna retrasa su visita un poco más cada día algo que los niños aprovechar para agotar sus últimas fuerzas en cualquier parque donde, por cierto, el verde tiene más brillo en las hojas de los árboles y en el césped que se exhibe mullido, presumido y acogedor.
Lorenzo dirige esta armonía que sale de los instrumentos que componen la primavera. Y mientras su fuerza aumenta en las horas centrales del día y se agradece en las últimas cuando deja paso a su hermana gemela y grisácea, se agrandan las ganas de vivir de humanos, animales y plantas. Se incrementa el ritmo, las pulsaciones, las ganas de vivir.
Y como en todo, hay un pero que en esta ocasión es inversamente proporcional a la sensación que provoca Lorenzo. Si normalmente el ansia por agotar las horas de luz que nos proporciona el astro rey impulsan las ganas de vivir a mí me las anula. Mi fuerza para salir cada mañana al mundo disminuye a gran escala cuando Lorenzo brilla presumido a partir del 21 de marzo. Si a ustedes la primavera, la sangre les altera a la que escribe se la revuelve. Y lo hace de tal forma que me planteo todo tipo de asuntos relevantes, irrelevantes, idiotas, trascendentales, paranormales, laborales, sociales e incluso sentimentales. Digo incluso porque esta parcela la desterré de mi vida en el momento que vi que coartaba mis ansias de vivir siempre al límite sin depender de nada ni de nadie.
Así que mientras la gente sale a la calle a nutrirse de las estupendas vitaminas que nos proporciona Lorenzo yo me echo a las aceras resignada a entregar las pocas fuerzas y el casi inexistente ánimo al astro rey... Aunque le gente lo crea triste y apagado, siempre fui más invernal... Puede que los dos adjetivos con los que lo he definido casen con las características de mi persona...
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