En esta partida de ajedrez nada queda por hacer. Primero perdí a la reina y aún conseguí mantenerme a flote aferrada al rey. Pero también se esfumó.
Tenía cariño a cada una de las piezas. A los pequeños peones, incluso al que da el primer paso, atrevido y sin complejos. A las férreas torres, a los elegantes alfiles o a los ágiles caballos. Pero el rey la reina eran los pilares que me sostenían porque cuando todo se tornaba oscuro ellos se erigían como dos faros que me decían "por aquí" y conseguían que se hiciese de día por muy negra que fuera la noche. Lograban dar sensación de seguridad, de poder hacer cualquier cosa si ellos estaban cerca.
Un día algo se rompió en la reina y poco a poco se fue consumiendo y la perdí. Ella seguía ahí pero nada era igual. Éramos dos desconocidas como si nada de lo que llevábamos a las espaldas hubiera existido. Y quedaba el rey, lleno de energía, de alegría y de saber estar siempre. El último pedazo de madera al que agarrarse. Lo perdí.
Y por dentro sólo tengo rabia, frustración, impotencia, desesperación y ganas de desaparecer. Tengo la sensación que el suelo se cae a mi alrededor, como la lava consume la tierra, y la única baldosa que aguanta es la mía pero no sé por cuánto tiempo. Puede que al final, no fuese tan buena amiga como creía...
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